La Conjura De Los Necios es una disparatada, ácida e inteligentísima novela. Pero no sólo eso, también es tremendamente divertida y amarga a la vez. La carcajada escapa por sí sola ante las situaciones desproporcionadas de esta gran tragicomedia.
Recuerdo cuando la leí por primera vez, fue en principios de 1985, me impresionó la filosofía basada en los fundamentos intelectuales de la geometría y la teología. Es, en sólo dos palabras, la definición de la vida, del sentir y del sufrir. Para un geómetra, las restricciones físicas y terrenas sólo son unos condicionantes salvables puesto que su disposición topológica puede modificarse a su antojo. Para un teólogo, la realidad cotidiana condiciona su ideal limbo.
Ignatius J. Really es, probablemente, uno de los mejores personajes jamás creados y al que muchos no dudan en comparar con el Quijote. Más aún, es el antiprotagonista perfecto para una novela repleta de excelentes personajes, situados en la portuaria ciudad de Nueva Orleans, magistralmente definidos y que suponen el contrapunto exacto al gran Ignatius. Él es un incomprendido, una persona de treinta y pocos años que vive en la casa de su madre y que lucha por lograr un mundo mejor desde el interior de su habitación. Pero cruelmente se verá arrastrado a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, obligado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía ebria.
Tras terminar La Conjura De Los Necios, a sus 32 años, el autor intentó infructuosamente que la publicasen. Ello derivó en una profunda depresión que le condujo al suicidio. Gracias a la tenacidad e insistencia de su madre hoy podemos disfrutar de esta deliciosa obra galardonada con el Premio Pulitzer.
Sabemos que el reloj de la vida singular y los del mercado rara vez marchan en sincrónica armonía. Así nace y se hace el temperamento del Inactual.
Como dice Ignatius :
“El único problema que tiene esa gente, en realidad, es que no les gustan los coches nuevos ni los pulverizadores capilares. Por eso los meten allí. Porque aterrorizan a los otros miembros de la sociedad. Los manicomios de este país están llenos de almas cándidas que no pueden soportar la lanolina, el celofán, el plástico, la televisión y las circunscripciones.”
1 comentario:
Que buena historia, cuantas veces he utilizado el título para situaciones diarias.
Volveré a leerlo.
Paco Kantalejo
Publicar un comentario