Y todo se vino abajo. Los crecimientos, los beneficios, las especulaciones estrella y los grandes negocios de dos días; las inmobiliarias, los constructores, los seguros, los automóviles, las hipotecas, la bolsa, el mercado… De pronto todo parecía diferente, en un día, en unas horas, el desplome fue brutal, un desplome de consciencia y a la vez de desilusión colectiva, un desplome de realidad, de sensatez. Fue en un momento, el juicio final de tanto liberalismo descontrolado, de la supervaloración del dinero como bien en si mismo, del egoísmo, del todo vale, del tener por tener, del consumismo, del superlisto especulador, fue el momento de la explosión de la burbuja, el momento esperado por que todos sabíamos que aquello no podía acabar bien. La Ley de la Selva de los mercados financieros y especulativos había fracasado.
Y fue en una mañana de Septiembre de 2008, como si todos se hubieran puesto de acuerdo. Todos sabían lo que tenían que hacer y lo hicieron. Era el momento de replegar velas, de recoger beneficios, de amagar, de esconder, de pasar desapercibido.
Veníamos de años difíciles en los que estábamos educados en ciertos valores, valores mamados a la fuerza, la fuerza de aquella situación, en nuestras propias casas, en nuestras propias familias, valores de austeridad, de sólo usar lo estrictamente necesario, de ahorrar, de trabajar, de saber y de estudiar. Pero estos valores ya se habían desplomado en los últimos años, ahora sólo valía el vender y el comprar, el engañar y el especular. Las hormigas trabajadoras eran simplemente un instrumento necesario para que la cigarra capital pudiera expansionarse y enriquecerse a su gusto. Aquella “educación” que habíamos recibido no valía, estaba desfasada y eso, además, lo transmitíamos a las generaciones posteriores. Sí hijo mío, que no te falte de nada. Pasamos de haber visto como el zurcir y el remendar era lo habitual y necesario, a elegir una prenda de marca y que sólo se podía usar en contadas ocasiones. El consumismo se mostraba necesario para que la maquinaria económica funcionara bien.
Los últimos años de crecimiento económico fortalecieron esta nueva forma de vivir, pasar de servilleta a mantel fue muy fácil. Producir, consumir y la engañosa competitividad necesaria y ventajista.
Aquella mañana de septiembre de 2008 indicó que nuestra forma de concepción de la economía, de la sociedad, de los valores y de la política debía de replantearse.
En España veníamos de haber pasado la revalida de las elecciones del 9 de Marzo en las que José Luis Rodríguez Zapatero legitimaba la política social y los planteamientos social-demócratas como única forma de combatir el neoliberalismo más conservador representado por Rajoy.
En aquella campaña, nadie, digo nadie, intuyó ni previno de las dificultades económicas que ahora estamos sufriendo. Es verdad que en aquellos momentos, inicios del 2008, había una crisis alimentaria que procedía de EEUU propiciada, entre otras cosas por el experimento masivo del uso de cereales para obtener Biodiesel.
En el debate de Solves-Pizarro ya se vió claramente que Pizarro hablaba sólo de dinero y que Solves reflexionaba sobre Economía. Notable diferencia que expresaba el sentir de una fuerza de derechas, capitalista y que supedita todo al enriquecimiento y al poder, en definitiva, a cualquier precio.
Entonces en EEUU, se atisbaba el cíclico periodo de asentamiento económico, previsto por los analistas después de una etapa de crecimiento. Nadie pensaba ni intuía lo que iba a ocurrir. Los bancos, con unos superávits casi de escándalo iban concediendo préstamos muy baratos y a largo plazo. Hipotéquese ahora de por vida. Los promotores vendían un día por 40 y al día siguiente por 45. Fue la forma de esclavizar a la mayoría de la población. “Yo no soy tonto” anunciaba la televisión dejando el mensaje de ¿para que trabajar si especulando ganas más?
Y fue en una mañana de Septiembre de 2008, como si todos se hubieran puesto de acuerdo. Todos sabían lo que tenían que hacer y lo hicieron. Era el momento de replegar velas, de recoger beneficios, de amagar, de esconder, de pasar desapercibido.
Veníamos de años difíciles en los que estábamos educados en ciertos valores, valores mamados a la fuerza, la fuerza de aquella situación, en nuestras propias casas, en nuestras propias familias, valores de austeridad, de sólo usar lo estrictamente necesario, de ahorrar, de trabajar, de saber y de estudiar. Pero estos valores ya se habían desplomado en los últimos años, ahora sólo valía el vender y el comprar, el engañar y el especular. Las hormigas trabajadoras eran simplemente un instrumento necesario para que la cigarra capital pudiera expansionarse y enriquecerse a su gusto. Aquella “educación” que habíamos recibido no valía, estaba desfasada y eso, además, lo transmitíamos a las generaciones posteriores. Sí hijo mío, que no te falte de nada. Pasamos de haber visto como el zurcir y el remendar era lo habitual y necesario, a elegir una prenda de marca y que sólo se podía usar en contadas ocasiones. El consumismo se mostraba necesario para que la maquinaria económica funcionara bien.
Los últimos años de crecimiento económico fortalecieron esta nueva forma de vivir, pasar de servilleta a mantel fue muy fácil. Producir, consumir y la engañosa competitividad necesaria y ventajista.
Aquella mañana de septiembre de 2008 indicó que nuestra forma de concepción de la economía, de la sociedad, de los valores y de la política debía de replantearse.
En España veníamos de haber pasado la revalida de las elecciones del 9 de Marzo en las que José Luis Rodríguez Zapatero legitimaba la política social y los planteamientos social-demócratas como única forma de combatir el neoliberalismo más conservador representado por Rajoy.
En aquella campaña, nadie, digo nadie, intuyó ni previno de las dificultades económicas que ahora estamos sufriendo. Es verdad que en aquellos momentos, inicios del 2008, había una crisis alimentaria que procedía de EEUU propiciada, entre otras cosas por el experimento masivo del uso de cereales para obtener Biodiesel.
En el debate de Solves-Pizarro ya se vió claramente que Pizarro hablaba sólo de dinero y que Solves reflexionaba sobre Economía. Notable diferencia que expresaba el sentir de una fuerza de derechas, capitalista y que supedita todo al enriquecimiento y al poder, en definitiva, a cualquier precio.
Entonces en EEUU, se atisbaba el cíclico periodo de asentamiento económico, previsto por los analistas después de una etapa de crecimiento. Nadie pensaba ni intuía lo que iba a ocurrir. Los bancos, con unos superávits casi de escándalo iban concediendo préstamos muy baratos y a largo plazo. Hipotéquese ahora de por vida. Los promotores vendían un día por 40 y al día siguiente por 45. Fue la forma de esclavizar a la mayoría de la población. “Yo no soy tonto” anunciaba la televisión dejando el mensaje de ¿para que trabajar si especulando ganas más?
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