
No creo que ni Pablo Iglesias aceptara nunca la idea de ser un “político”, ni los grandes maestros de las ideas y de la acción que lo acompañaron en los momentos originarios del socialismo en España. Siempre conservaron su naturaleza profesional porque se distinguían por sus oficios y no por sus cargos.
Se reconocían por sus características gremiales, no por el falso y provinciano boato de la liturgia política de la Restauración. El XIX había dado grandes políticos en España, que se reconocían más como militares que como burócratas.Hubo socialistas intelectuales, como Fernando de los Ríos y hubo otros como Prieto y Largo que, surgidos de la fibra más sólida del movimiento obrero, jamás renunciaron a su condición de clase para ser parte de eso que ahora, con terrible nadería, hacen llama la derecha “clase política”.
Muchos, en la República, profesaban oficios obreros tan nobles como nobles eran las tareas universitarias de otros. De Azaña, republicano de izquierda, conservamos su “Velada en Benicarló” y su “Jardín de los Frailes” mientras que Margarita Nelken era crítica de arte, escritora, feminista y periodista.
Los políticos de la Transición fueron audaces y sagaces. No eran mediopensionistas, estaban volcados en su fanática misión. Ya fuera por la ambición de Suárez, la veteranía de Carrillo, el orgullo de Pujol, o el gran carisma y visión de González, eran de una sabia distinta de la republicana; diferente porque carecía de aquella profundidad emocional, de su teatralidad, de su elegancia dialéctica, pero una sabia con valor en sí misma. Pero esa sabia era eficaz ya que movía conciencias en torno a las ideas. Ideas que se diluyeron en personalismos, que no en liderazgos.
Y es que a farsa del personalismo sin liderazgo sólo es una suerte de adulteración de la inteligencia.
Los periodistas de las diferentes cadenas de derecha de TV hablan continuamente de la “clase política”. Algo que a Marx o a cualquier científico social pondría de los nervios. Pablo Iglesias, tipógrafo, no hubiera entendido que quisieran asimilarle a los políticos de derechas por el hecho de hacer política; porque él si que la hacía pero política de clase, de la clase obrera, el sujeto revolucionario.
No me gustan los que maquillan su juventud, sus gestos y sus formas para aparentar ser políticos de postín. Me interesa la política y me motivan las ideas, el disenso y la diferencia de ideales.
Pero, como dice Tomás Gómez, “hay que estar en la política, no ser un político”.


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