Con la buena fe de los creyentes, estos entregaban su poder a los siempre todopoderosos pastores religiosos que con ese poder tomaban, o toman aun, decisiones trascendentes para los ciudadanos.
Hasta hace bien poco, aun quedan algunas, las dictaduras militares eran las que ostentaban el poder en gran parte del mundo. Los ciudadanos, cedían el poder y las armas a los militares para que los protegieran, pero cuando los militares tenían las armas las usaban muchas veces para someter al propio pueblo que se las había entregado.
Y esto es similar a lo que pasa actualmente con los “mercados”. Los buenos ahorradores entregan sus ahorros a los Bancos y ellos, con el dinero de todos esos ciudadanos, ejercen el poder en contra de ellos mismos. Es la especulación pura y dura con el dinero de los demás. Es la dictadura del” mercado” que ejerce su poder de la forma más impune arruinando pueblos y sometiendo gobiernos sólo con el fin de enriquecerse más.
Los reguladores deberían haber ejercido sus funciones y haber acotado diversas actuaciones de ingeniería financiera que nos han llevado a todos a la situación actual. Pero a esos “reguladores” no los ha controlado nadie y han campado a sus anchas.
Los gobiernos, la política en general, ha cedido su cometido tal vez por estar en sus manos por las significativas deudas públicas que han contraído, cuestión que han aprovechado los banqueros de una parte y los reguladores por otra.
Es el caos del capitalismo feroz, en el que sólo importan los beneficios, la especulación y el pelotazo.
Y es que los banqueros no tienen que responder de su gestión salvo a sus accionistas, los elige el dinero y sólo al dinero han de responder. La banca siempre gana.
Mientras, los gobiernos maniatados en la vorágine de esta coyuntura no pueden responder por haber desaparecido la banca pública que pudiera ejercer de apaciguadora de momentos críticos.
Y los mercados, que somos nosotros mismos en gran parte, siguen de forma automática y con decisiones cibernéticas que siempre optan por decisiones óptimas para maximizar los beneficios dependiendo de supuestos parámetros ininteligibles.
Todo se basa, entonces, en una información, más o menos privilegiadas, de lo que va a ocurrir al siguiente instante, y esta información genera especulación y riqueza para unos pocos y desastre y miseria para muchos.
Lo que ocurre es la consecuencia de primar la economía sobre la política y lo social, y es muy fácil, desde el poder político, caer en apreciar sólo los indicadores económicos para evaluar lo eficiente de la tarea política.
Si hace unas décadas Europa se diferenciaba por su escala de valores (social, político, económico) con la escala de EEUU (económico, político, social), hoy la vieja Europa ha asimilado las prioridades capitalistas de EEUU que conlleva la pérdida galopante del Estado del Bienestar. La única solución es que a través de políticas adecuadas se retorne para que lo social prime sobre otras consideraciones más egoístas.
El poder no lo deben perder los ciudadanos, su soberanía no se puede ceder ni a pastores religiosos, ni a dictadores militares; y nunca debe sucumbir en el ente abstracto que es “el poder de los mercados”.
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